En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha estado en el centro de conversaciones sobre innovación tecnológica, automatización y el futuro del trabajo. Pero cuando hablamos de IA, a menudo nos surge una pregunta clave: ¿qué tan artificial es realmente? ¿Es solo un conjunto de algoritmos y datos, o hay algo más detrás que imita nuestra propia inteligencia humana?

Si bien el término “artificial” puede hacernos pensar que se trata de algo completamente ajeno o desconectado de lo humano, la realidad es mucho más compleja y fascinante. La IA, en muchos sentidos, está modelada a partir de nuestra propia forma de aprender, procesar información y tomar decisiones.

IA: Inspirada en la inteligencia humana

Aunque la IA parece ser “artificial” por naturaleza, está profundamente inspirada en la manera en que funciona el cerebro humano. De hecho, muchas de las técnicas actuales, como el aprendizaje automático (machine learning) y las redes neuronales artificiales, se basan en modelos que replican cómo nuestras neuronas procesan la información.

Por ejemplo, cuando hablamos de redes neuronales, estamos imitando el modo en que las neuronas del cerebro humano interactúan entre sí para aprender y adaptarse a nueva información. Estos algoritmos de IA toman grandes cantidades de datos, los analizan, y aprenden de ellos, muy parecido a cómo los humanos adquirimos nuevas habilidades a través de la experiencia.

Lo “artificial” no es sinónimo de independencia

A pesar de todo el poder de la IA, lo artificial no significa que estas máquinas estén completamente separadas de nosotros o que actúen de manera independiente. La IA, hasta ahora, sigue siendo una herramienta que requiere intervención y supervisión humana para establecer sus parámetros, objetivos y valores.

Ejemplo Práctico: Un algoritmo de IA puede aprender a clasificar imágenes o detectar patrones en datos, pero sin una programación y un entrenamiento inicial por parte de los humanos, no podría siquiera reconocer una imagen básica. Aquí es donde la colaboración entre lo humano y lo artificial se convierte en la clave del éxito.

Es aquí donde entra en juego el modelo 10/80/10, que ilustra cómo la colaboración entre humanos e IA puede potenciar los resultados empresariales:

  • El primer 10% del proceso es la participación humana para definir los requerimientos y el enfoque inicial. En esta fase, los humanos establecen los objetivos y especificaciones que la IA debe seguir.
  • El 80% corresponde al apoyo invaluable de la IA, que realiza la mayor parte del trabajo mediante el análisis de datos, generación de soluciones, o toma de decisiones basadas en algoritmos.
  • El último 10% es nuevamente responsabilidad del humano, quien evalúa los resultados generados por la IA, realiza los ajustes necesarios y valida que la solución propuesta cumple con los objetivos esperados.

Este modelo refuerza la idea de que la IA no reemplaza al humano, sino que se complementan para lograr un resultado más eficiente y preciso. Aunque la IA se encarga de la mayor parte del proceso (el 80%), la supervisión y ajuste humano en los extremos es esencial para asegurar que las soluciones sean adecuadas y alineadas con los objetivos.

IA y la Ética: Lo que la hace más humana

Además de su origen basado en modelos biológicos, la IA plantea importantes preguntas éticas. La inteligencia humana está guiada por valores, emociones y juicios éticos, y al tratar de replicar esos procesos en una IA, nos encontramos con la necesidad de definir qué tipo de decisiones debería tomar una máquina. ¿Cómo podemos asegurarnos de que las decisiones que toma una IA sean éticas y responsables?

Esta dimensión ética hace que lo “artificial” de la IA se diluya un poco, ya que la tecnología no opera en un vacío; está profundamente conectada a los valores y directrices que los seres humanos le damos.

El Futuro de la IA: Más humana que artificial

Con el avance de la IA, cada vez nos dirigimos más hacia tecnologías que no solo replican funciones cognitivas humanas, sino que también intentan entender nuestras emociones, interacciones sociales y patrones de comportamiento. Herramientas como los chatbots avanzados o los asistentes virtuales como ManyChat o ChatGPT no solo responden preguntas, sino que también intentan interpretar el contexto de la conversación, adaptando sus respuestas de forma más humana.

Si bien estamos lejos de una inteligencia que pueda igualar la complejidad emocional y moral de los humanos, la IA cada vez está más cerca de convertirse en una extensión de nuestra propia inteligencia.

Entonces, ¿qué tanto de “artificial” tiene la IA?

La respuesta es menos directa de lo que parece. Sí, la IA es artificial en el sentido de que está creada y programada por humanos, pero también es una prolongación de nuestras propias capacidades intelectuales y cognitivas. Le enseñamos a pensar, a aprender y a tomar decisiones basadas en los principios que nosotros mismos valoramos.

Concluyendo, la IA puede parecer artificial, pero está profundamente entrelazada con lo que nos hace humanos. Es una herramienta poderosa que, aunque diseñada por nosotros, nos ayuda a entender mejor el mundo, tomar decisiones más informadas y, en última instancia, mejorar nuestra calidad de vida.

La verdadera pregunta quizás no sea qué tanto de “artificial” es la IA, sino hasta qué punto seguirá evolucionando para reflejar más de nuestra humanidad.